El viaje del Loco

Comenzamos nuestro análisis de los Arcanos mayores analizando la división septenaria, que es la más importante de todas las divisiones que se pueden efectuar, y que nos servirá como un primer acercamiento en el que iremos aprendiendo el sentido general de cada Arcano.

Empezamos distribuyendo los Arcanos en tres filas de siete consecutivamente, dejando fuera el Loco.

viaje

Esta división representa el ascenso a través del Árbol de la Vida hasta la unión con Dios, y al final de cada septenario se encuentra una de las tres barreras de las que hablamos en el capítulo sobre la Cábala. Quiere esto decir que cada septenario se corresponde con el estado de conciencia que se experimenta antes de superar la barrera que nos separa del siguiente estado. En esta ascensión somos el Loco, que no es parte de ninguna etapa del camino, sino el viajero que lo recorre y experimenta cada una de las fases que es necesario atravesar hasta llegar a la conciencia divina. De hecho, el Loco es el número 0, y como tal adopta el número de cada carta que visita; esto no quiere decir que se convierta en ella, sino que adopta su forma y vive su experiencia.

El primer septenario hace alusión a la vida social, el estado en el que el individuo no ha superado su ego y se identifica con los diferentes roles que desempeña en los distintos momentos de su vida. El Mago representa la curiosidad propia de la infancia y desea alcanzar las esferas superiores, pero choca con los gobernantes del mundo material (la Emperatriz y el Emperador) y espiritual (la Sacerdotisa y el Hierofante). Una vez que se ha sometido e integrado en la sociedad acatando las normas sociales que dictan el poder y la moral, llega el momento de elegir el propio camino (los Amantes), y finalmente, abandonar el entorno familiar y dirigirse a otros mundos (el Carro). Se hace patente la prevalencia de lo que Platón llamó el “alma apetitiva” en esta primera etapa, ligada al ego y al mundo material, que es el único que este conoce.

También podemos ver representado en cada Arcano los roles sociales que desempeñamos a lo largo de nuestra vida:

  • El Mago: niño, principiante, aprendiz.
  • La Sacerdotisa: niña, consejera, persona aislada.
  • La Emperatriz: relación madre-hijo, relaciones afectivas familiares.
  • El Emperador: relación padre-hijo, el poder, la autoridad.
  • El Hierofante: relación maestro-alumno, sentirse parte de un colectivo.
  • Los Amantes: relación amorosa, relaciones entre dos personas, el novio y la novia.
  • El Carro: el triunfador, el viajero, el ambicioso, el competidor, el joven adulto, la autoafirmación como individuo único.

Solo después de que el joven del Carro haya alimentado su ego y se encuentre plenamente satisfecho, puede darse cuenta de que aún así no es feliz, y preguntarse por qué. Entonces se da cuenta de que su felicidad se ve condicionada a sus propios logros, a las apetencias que surgen de los roles que desempeña en cada momento en connivencia con el resto de la sociedad. Solo liberándose del ego, que aprisiona su voluntad y le relega a la interpretación de meros papeles en la obra de teatro de su vida, puede alcanzar la siguiente etapa. Aún no la ha alcanzado, pero tiene la capacidad para hacerlo: en sus hombros tiene las máscaras clásicas del drama y la comedia, y seguirá actuando bajo su influencia, poniéndose una máscara diferente a cada ocasión, hasta que se dé cuenta de que no las necesita.

Entonces pasamos a la etapa de la vida psicológica o mental, en la que luchamos contra nuestro propio ego por el control de nuestra voluntad; por eso también se le llama “vida pasional”, pues el alma aún se ve influenciada por los apetitos y los impulsos. Aparecen en esta fase tres virtudes del alma: la Fuerza, la Justicia y la Templanza, siendo la primera la que abre el camino, pues gracias a ella el alma consigue controlar los instintos que nos dominaban en la etapa anterior. Pero entonces nos damos cuenta de que no es tan fácil dominar el ego y necesitamos un retiro espiritual con el Ermitaño para desapegarnos del mundo material, y entramos en crisis en nuestra búsqueda de la conciencia superior. Así llegamos a la Rueda de la Fortuna, que nos enseña que el destino se encuentra sometido al cambio constante. Se hace entonces necesaria la virtud de la Justicia, central en esta fase y en todo el viaje, para encontrar la Verdad en el equilibrio que reacciona al cambio continuo. Solo entonces adquirimos la suficiente entereza para hacer frente al sacrificio del Colgado, que a pesar de la oposición de los demás, continúa siendo fiel a sí mismo y a su corazón. Y llega al fin la Muerte, que inicia el verdadero cambio, que deberemos recibir con el aplomo que proporciona la virtud de la Templanza, antes de continuar nuestro ascenso. Para entonces algo ya ha cambiado en nosotros: nos damos cuenta de que todos somos iguales en nuestro corazón, y de que la individualidad es solo una ilusión. Ahora estamos preparados para intentar alcanzar la conciencia divina.

Hemos llegado a la etapa espiritual del viaje. Sin embargo, antes de ingresar en el cielo, tenemos que darnos cuenta de que estamos en el infierno, sometidos al mundo sensual de los placeres presidido por el Diablo. Sin embargo, a pesar de la última tentación de permanecer en el mundo concupiscible, nos liberamos definitivamente de nuestras ataduras, y se produce el cambio drástico necesario para que la parte apetitiva y pasional del alma no vuelva a dominarnos: la Torre es derribada por el rayo divino y el reino material del Diablo cae al fin. Esto sí que ha sido una verdadera liberación, y gracias a ella ahora podemos acceder a los reinos espirituales. El primero es el de la Estrella, donde se integran las dos partes anteriores de nuestra alma y ya no vuelven a entrar en conflicto. Después ascendemos a la Luna y el Sol, donde se consuma la divina unión de lo masculino y lo femenino, y al fin entendemos que son dos caras de la misma moneda. Y llega el Juicio, y con él la inmortalidad espiritual, que nos permite unirnos con el Universo, la eterna Unidad Divina, en el Mundo.

El Loco ha llegado a su destino… o cree que ha llegado; porque, ahora que somos uno con el cosmos, vuelve a aparecer el Mago, que es esa unidad con la voluntad de expandirse; y la energía de Kether se va derramando de nuevo por cada una de las sefirot hasta llegar a Malkuth, siguiendo ahora el camino inverso. Pero ese “inverso” solo es una ilusión: no existe lo inverso, pues en Kether no existe la dualidad. Entonces, ¿estábamos ya en Kether cuando iniciamos nuestro viaje y no éramos conscientes de ello? Pues sí, querido lector, es para volverse Loco…

Hemos dado un repaso a grandes rasgos al viaje del Loco, pero veamos ahora los aspectos concretos de cada etapa del viaje con más detenimiento.

1. El Mago: el comienzo

Todos los comienzos necesitan una buena provisión de energía para echar a andar. A esa energía podemos llamarla “voluntad”, y detrás de ella viene la acción. Así pues, la voluntad son las pilas que se necesitan para ponerse en movimiento. Pero en cuanto emprendemos la marcha, surge una pregunta: ¿hacia dónde voy? Porque la potencia sin dirección, ya sabemos, no sirve de nada. Debemos entonces tomar una decisión, aunque aún no estamos muy seguros. ¿Sabías que al hacer una elección estás desechando infinitas elecciones posibles? Estás abandonando infinitos caminos para tomar uno. Y eso son los comienzos: materializar un camino entre los infinitos que podrías tomar; tal vez por eso son tan difíciles. Sudare in imo clivo, decían los romanos.

No obstante, aún no tienes experiencia: no sabes a dónde te va a llevar el camino elegido. Eres solo un aprendiz sin maestro, un espermatozoide ciego en busca del óvulo, y solo te mantiene activo la voluntad de avanzar; sin ella, te quedarías parado, indeciso, no sabrías si seguir caminando, retroceder o tomar una senda alternativa.

2. La Sacerdotisa: la guía

Quien empieza algo necesita una guía; mas esta guía no tiene por qué venir de fuera: puede hallarse en ti mismo. Entonces te paras un momento para reflexionar; contemplas el camino elegido, intentas predecir a dónde te llevará; y aunque muchos son los itinerarios posibles, hay algo dentro de ti que te aconseja y te inclina hacia una decisión: es tu intuición, esa parte de tu mente a donde no alcanza la razón, y que, si realmente no se halla contaminada por esta, no suele fallar.

Ya no eres un espermatozoide perdido en la inmensidad: ahora tienes la certeza de que hay un óvulo que fecundar; el aprendiz, con una guía, puede llegar a convertirse en maestro. Aunque aún debe tener otra cosa muy importante: paciencia para recorrer el largo camino, de manera que la energía que permite recorrerlo, la voluntad, no decaiga.

3. La Emperatriz: la madre

Ya has recorrido parte del camino y has aprendido algo, y de ese aprendizaje surgen ideas. Aún están desordenadas y ni siquiera sabes si podrán llevarse a cabo, pero al fin y al cabo, estas han nacido de tu propia experiencia, la cual has obtenido gracias a la guía. Así pues, nos convertimos en madres, pues damos a luz nuevas ideas, y al mismo tiempo nos damos cuenta de que nosotros también tenemos una madre.

La madre es la primera persona que conocemos, y nuestra relación con ella marcará nuestra forma de ser en el futuro: si es muy protectora, nos creará inseguridad; si es muy distante, nos creará frialdad. La misma relación podemos establecer nosotros con nuestras creaciones. Ser demasiado protector conlleva hacer prevalecer tu autoría por encima de todo, dar demasiada importancia a que todo el mundo sepa que tu creación te pertenece, sin tener en cuenta que, si la dejas libre, puede evolucionar en manos de otros y convertirse en algo mucho más grande que lo que originaste; claro que también la pueden convertir en algo que no te gusta, pero incluso eso puede ser beneficioso, pues puede dar pie a que, a partir de esa experiencia, otro le dé un toque más maduro y perfecto. Por otra parte, si solo te quedas en la idea, esta nunca se hará realidad por sí sola, pues necesita que le des sentido, orden, estructura.

4. El Emperador: el padre

Y eso lo consigue el padre, el arquitecto que sabe dónde colocar cada ladrillo para hacer que los cimientos de la idea no se hundan y pueda desarrollarse con equilibrio y armonía. Sin una disciplina, sin un orden, las ideas no llegarían a materializarse, nos saldríamos de la ruta prevista y no llegaríamos a nuestro destino.

Es lo opuesto al amor de la madre: la autoridad del padre, también necesaria: es la persona que nos dice lo que tenemos que hacer para llegar a buen puerto. Pero eso nos crea una resistencia porque coarta nuestra libertad, que al principio era total. Bajo su gobierno no hay anarquía, todas las energías se dirigen en la misma dirección, nos esforzamos en alcanzar objetivos comunes sacrificando parte de nuestra libertad. Si no le haces caso, te conviertes en un rebelde que merece ser castigado para que vuelva a la senda común, pero para el rebelde, el gobernante es un tirano.

Él es el centro de la primera etapa, el patriarca que gobierna la familia, y está rodeado de su esposa (la Emperatriz), que le complementa, y su consejero (el Hierofante), que le ayuda a mirar más allá y no quedarse estancado en su frío mundo simétrico de perfectas proporciones. Los más alejados de él son los hijos (el Mago y el Carro) que desafían su poder y se oponen a permanecer siempre bajo sus órdenes.

5. El Hierofante: el maestro

Sentado a la derecha del Padre, el Sumo Sacerdote actúa de puente entre este y la divinidad. De hecho, la palabra “pontífice” viene del latín pontifex, que significa “el que hace puentes”. Así pues, el Pontífice es el maestro que nos enseña a ver más allá de lo que tenemos frente a nuestras propias narices. Él conoce un mundo más sutil que el material, y nos habla de él, pero desde el mundo sensible. Es además el encargado de educar a los hijos del Emperador en la tradición cultural a la que pertenecen para que se conviertan en personas aptas para la sociedad, que trabajen para el bien común.

Por eso, para él es vital la comunicación; ella es su herramienta de trabajo, y con ella consigue aleccionar a sus alumnos. Estos se reúnen en torno a él, formando un grupo. Los alumnos comprenden por primera vez que existe un entorno social con el que mantienen una relación, y que este se nutre de distintos grupos a los que se puede pertenecer: la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, los conciudadanos, los compatriotas, los seres humanos, los seres vivos, el universo.

Pero entonces te puedes preguntar: ¿yo solo puedo ser yo si soy parte de algo? Y puede que reacciones contra el maestro, lo consideres líder de una secta y desprecies sus enseñanzas, queriendo reafirmarte en tu individualidad. Sin embargo, tú mismo puedes convertirte en maestro y tener seguidores, porque el ser humano es un animal social y no se puede cambiar su naturaleza.

Por otra parte, puede hastiarte tanta teoría y querer pasar a la práctica. Porque el maestro puede decirte cómo es un astrolabio y para qué sirve, pero tú quieres usarlo, tocarlo, tenerlo entre tus manos y experimentar con él.

6. Los Amantes: la unión

Y eso es lo que ocurre en el siguiente paso: te levantas de la silla y vas a practicar lo aprendido, te unes con el objeto de tu aprendizaje y, en íntima comunión con él, terminas de conocerlo por completo, llegando hasta unas cotas de comprensión que el maestro no te puede proporcionar. A partir de entonces te formas tus propias ideas, sin intervención del maestro pero basadas en lo que te ha enseñado; caminas aparentemente solo, pero llevas en tu interior sus enseñanzas, forman parte de ti tanto como tu sangre o tu piel, y por eso, él es tu padre cultural.

En esta etapa, además, descubres las relaciones uno a uno, en oposición a las relaciones establecidas entre múltiples miembros de un grupo. Y entre ellas, por supuesto, están las de los enamorados, pero también las de los amigos íntimos y todas aquellas que impliquen solo dos personas u objetos. De ellas aprendemos la complementariedad, que el otro posee características que a mí me faltan, y por eso, juntos, somos más completos: una cerilla tiene la capacidad de producir fuego, pero por sí sola no puede hacerlo; solo si yo me “uno” a ella puedo hacer que prenda.

7. El Carro: la autonomía

De la unión hemos aprendido más cosas, hemos sido al mismo tiempo maestros y alumnos de la otra parte. Pero hay algo que hemos descubierto y que nos ha cambiado: la comparación. Si el otro me complementa, significa que yo no soy igual que él. Y ahora, en vez de unirme, me separo, pues quiero experimentar por mí mismo, ampliar mis horizontes alejándome de todo lo que conozco.

Pero la comparación también conlleva competición. Nuestro ego insiste en que nos reafirmemos a través de la victoria, es un monstruo insaciable, ávido de triunfos, que nos susurra continuamente al oído: “sé mejor que este o que aquel”. Y el éxito nos da seguridad y nos hace creer en nuestra propia autonomía, en que podemos valernos nosotros solos, sin ayuda de nadie, sin un patriarca que nos gobierne. Es más, el ego quiere que nos convirtamos en patriarcas e impongamos nuestras propias leyes.

Pero no todo es negativo. Si comparamos el Carro con el Mago, podemos ver la evolución en esta etapa: hemos pasado del comienzo titubeante a la voluntad firme y revestida de experiencia, del jardín de infinitas posibilidades a la dirección elegida con determinación. El joven del Carro tiene detrás de sí la ciudad, la civilización que ha interiorizado y que da un sentido concreto a su vida, acompañándole a donde va. En todo el proceso se ha ido formando su ego, pero dentro de sí se halla la capacidad para dominarlo; solo tiene que darse cuenta de que lleva puesta una máscara.

8. La Fuerza: la lucha contra el ego

Al fin el joven se ve a sí mismo convertido en un león y comprende que debe dominar a la bestia. Hasta ahora, esta había llevado las riendas; el león quiere devorar, comerse a los demás, satisfacer sus apetitos y sus impulsos. Pero tú no eres solo el león; eres mucho más, solo que has dejado que el león se convirtiera en el rey. Y a un león no se le domina por la fuerza, pues es mucho más fuerte que tú; se le doma con Amor, sintiéndolo parte de ti y aceptándolo. Solo así se pliega a la voluntad de tu verdadero yo, y entonces desaparece la ilusión: desaparece el león.

Pero, ¿quién es ese yo? Esa pregunta nos lleva al siguiente Arcano.

9. El Ermitaño: la crisis

Si yo no soy aquel que creía que era, no sé cuál es mi identidad. Finalmente, comprendo que la Verdad es que estoy perdido, y hasta ahora me había creado la ilusión de no estarlo. ¿Y cómo puedo encontrar el camino? Debo alejarme del mundo, aislarme; pues mi ego es una construcción de los demás, y estando con ellos se alimenta y a su vez construye la imagen de los otros para seguir existiendo. Así que, apoyado en el bastón de la sabiduría y teniendo como luz guía la belleza, que es la Verdad, camino hacia la cima de la montaña y desde allí contemplo el mundo. Me doy cuenta entonces de que la Verdad no se puede ver, oír, tocar ni oler; la Verdad se siente con el corazón, y si se siente con el corazón, la Verdad está dentro de mí. Cierro los ojos y miro en mi interior para buscarla, porque nunca llegaré a saber quién soy buscando fuera de mí.

La búsqueda es agotadora y pone a prueba tu voluntad, porque parece que nunca dará un fruto. El corazón apremia, pues es terrible ser sin saber quién eres. Pero debes comprender que caminas dentro de un cosmos cambiante, y hasta que no sepas qué es lo que a pesar de todo no cambia en ti, no sabrás cuál es tu esencia.

10. La Rueda de la Fortuna: el destino

No entiendes estos cambios, te parecen un caos. Es como una ruleta que gira sin cesar: unas veces estás arriba, otras estás abajo, y no puedes controlarlo. Por tanto, lo llamas Azar, caprichos del Destino. Pero, si quisieras, podrías bailar al son de la ruleta, adaptarte a los cambios. Solo tienes que situarte en su centro, que es el lugar que menos cambia. Su centro es tu centro, tu corazón; ahí está tu Verdad, tu Yo Superior. Desde allí podrás contemplar la Verdad: la Rueda de la Fortuna gira obedeciendo unas leyes que se dictan fuera de ella. La rodea un cielo perpetuo y constante; si la miras desde allí, comprenderás las leyes del Universo, el Plan Divino, y te amoldarás a la perfección al mundo cambiante sin dejar de ser tú mismo.

El cambio, del que tanto te quejabas y que tanto sufrías, ha sido el que más te ha ayudado a saber qué es lo que no cambia en ti. Si luchas contra él, siempre pierdes, porque también luchas contra ti mismo. Al igual que el león, el caos era otra ilusión en la que persistía tu ego. El ego percibía el cambio como un caos, porque en realidad el cambio opera con más fuerza sobre el mundo sensible, y el ego quería mantener su estatus a toda costa y poseerlo todo. Ahora comprendes que la propiedad es efímera porque es otra ilusión, como lo es la bipolaridad; y en el mundo sensible todo funciona así: tienes o no tienes, eres un triunfador o un fracasado, eres bueno o eres malo. Pero, como afirma uno de los siete principios herméticos, “los extremos se tocan” y “todas las paradojas pueden reconciliarse”.

11. La Justicia: el equilibrio

La Justicia es la virtud que te ayuda a conocer la Verdad, tu mejor aliada para entender las leyes del Universo y establecerte en tu centro, tu Yo Superior. Con su balanza mide lo que es justo y le da a cada cosa lo que le corresponde, y con su espada (símbolo del intelecto) indica que le asiste la razón suprema. Solo de esa manera puedes percibir el orden en el cambio y entender que subyace un equilibrio universal en la obra del Demiurgo.

De la misma manera, mediante la Justicia puedes averiguar qué hay de Verdad en ti usando la balanza para medir la consistencia de las diferentes partes de tu yo, y cortar todo lo que es superfluo con la espada. Esa la única manera de conocerse a sí mismo verdaderamente: cortar por lo sano con aquello que sabes que no eres.

Si se observa el gráfico del principio, se verá que la Justicia no solo es el centro de la segunda etapa, sino de todo el viaje. Y el centro, recordemos, es esencia, es Verdad.

12. El Colgado: los apegos

Decíamos que para llegar al Yo Superior es necesario cortar con todo lo que no se es; dicho de otra manera, hay que sacrificar aquellas partes de uno mismo que contribuyen a alimentar la mentira, lo que no eres. Pero renunciar a todo eso, aunque sea solo una ilusión, es muy difícil, porque aún estamos apegados a ello. Por ejemplo, es difícil no actuar buscando la aprobación de las personas de tu entorno, pero si actúas así, caes en la misma trampa de siempre: ese no eres tú, sino lo que los demás quieren que seas. Y tenemos el temor de defraudarlos, porque creemos que si los defraudamos, ya no nos querrán, y lo que el ser humano demanda por encima de todo es Amor, de cualquier tipo. Sin embargo, el amor que te puede brindar alguien a quien corres el riesgo de defraudar es un amor condicional, y por tanto no es verdadero.

Así, estamos “colgados” de todo aquello por lo que sentimos apego. Pero el Colgado está iluminado, pues está preparado para soltarse, abandonar todo aquello que lo ata y dejarse llevar por su verdadera esencia.

13. La Muerte: la transformación

Y al fin, el Colgado muere; o al menos, muere la parte de él que no era él. Ahora puede emerger como un nuevo ser, sin toda la carga superflua que arrastraba. Ahora el Yo Superior puede emerger de entre todas las impurezas del alma, pues todas ellas callan, mueren. Y bajo este nuevo estado, llegamos a tener una comprensión más elevada de nosotros mismos y del mundo.

Podemos comprender entonces que para que haya vida, debe existir la Muerte. Pues como ya sabíamos, todo está sujeto a cambio continuo, y la Muerte es un cambio purificador que permite evolucionar. Los seres humanos la percibimos como un final, porque vivimos en el mundo material donde la forma es lo más importante; pero el final de la forma no es el final del ser; la propia ciencia afirma que la energía no se destruye, sino que se transforma. De hecho, la Muerte no es el último Arcano del tarot, sino que se encuentra más o menos a la mitad del camino emprendido por el Loco.

Así pues, este paso nos está indicando que, para alcanzar el Yo Superior, nuestros demás yoes deben “morir”, y esto requiere de una “limpieza” general, una transformación. Lo único que no puede morir en ti es lo que eres realmente, el Yo Superior que no puede ser eliminado porque es indivisible de tu ser.

14. La Templanza: la armonía

Y después de todo este viaje, de todo el sufrimiento y de todos los sacrificios, al experimentar la transformación que nos ha permitido alcanzar el Yo Superior nos damos cuenta de que incluso el propio “Yo” es una ilusión; que hemos estado buscando nuestra verdadera esencia, lo que nos distingue de lo que los demás hacen de nosotros, y sin embargo, todos somos iguales; pues lo que yo te hago a ti me lo hago a mí mismo: lo que te doy, me lo doy; lo que quito, me lo quito; si te odio, me odio; si te amo, me amo. Pues yo soy tú, todos somos yo.

Para llegar a una comprensión mística y completa de esto hemos tenido que pasar unas pruebas muy duras, pero la virtud de la Templanza ha hecho que las superemos todas con entereza: estamos con los pies en la tierra, pero nuestra cabeza toca el cielo. Por eso, esta virtud es el último paso de la segunda etapa: gracias a ella hemos llegado hasta aquí, y ahora disfrutamos de un remanso de paz antes de enfrentarnos a la última etapa del viaje, la que nos hará despertar de nuestro letargo como el ser divino que somos.

15. El Diablo: lo material

Entramos al plano astral, y desde allí nos vemos a nosotros mismos encadenados al mundo sensual presidido por el Diablo, que nos retiene tentándonos con toda clase de placeres; pues, atados al mundo material, nos guiamos por el principio hedonista de la búsqueda de placer.

Sin embargo, las cadenas no están apretadas con firmeza, pues somos nosotros mismos los que hemos decidido encadenarnos. Hemos elegido nuestra cárcel y nos sentimos cómodos dentro de ella. Desechamos la libertad porque nos da miedo; los presos que pasan toda su vida en la cárcel, una vez que salen se encuentran completamente perdidos. Eso nos pasa a nosotros: nos pasamos la vida quejándonos de nuestra falta de libertad, cuando en realidad podemos ser libres cuando queramos. Pero necesitamos una rutina, unos límites que acoten nuestra libertad para que no nos abrumen las infinitas posibilidades. Así que nos ceñimos la cadena y nos creamos la ilusión de tener deberes y obligaciones inexcusables, como si una señal de prohibido el paso pudiera realmente impedir el paso.

El Diablo también representa lo oscuro, lo desconocido, en contraposición a la luz que irradia el alma consciente. Esa oscuridad es lo que percibimos cuando pretendemos ver más allá del mundo material y también las regiones desconocidas de nuestra alma. Podemos apreciar la belleza de las formas (por ejemplo, la de una escultura), pero nos quedamos ahí y despreciamos la parte espiritual.

16. La Torre: la liberación

Hasta que, un día, un rayo nos golpea y nos damos cuenta de nuestra estrechez de miras. El mundo se desmorona, la Torre del Diablo cae e imponemos nuestra Voluntad sobre el universo material. Es un cambio violento, drástico, pero era necesario para vencer al miedo y liberarnos de nuestra cómoda cárcel.

También recuerda este paso a la Torre de Babel, momento en el cual Dios enseña al hombre a ser humilde cuando más henchido de orgullo estaba. Por muy arriba que estemos, el éxito y cualquier beneficio cimentado en lo material es efímero, y en cualquier momento podemos caer.

Es un momento de mucha acción y la destrucción es inevitable. Nos aterra porque nos incomodan los cambios, y este es un cambio brusco, pero es un giro en tu vida del cual puedes aprender. Por otra parte, algunos maestros zen afirman que la iluminación les vino después de recibir un puntapié en el trasero por parte de sus propios maestros, un acto rápido y violento que les cambió la vida.

En cualquier caso, algo se destruye dentro de nosotros, algo que lastrábamos, las cadenas que nos habíamos puesto. El proceso de liberación puede ser doloroso, pero, aunque en un principio pueda parecer que solo reporta sufrimiento, a la postre resulta beneficioso. La mujer maltratada atrapada en su cárcel con su verdugo, cuando decide dar un vuelco a su vida y huye de su agresor se siente sola y vulnerable, pero poco a poco va recuperando su libertad hasta convertirse en una mujer nueva y llena de vida.

17. La Estrella: la esperanza

Pero no basta con el cambio: para que tu nueva vida dé sus frutos, antes debes sembrar y cuidar de la siembra, pues de lo contrario volveremos a caer en el reino del Diablo. El cambio vino de forma pasiva, quisieras o no, consecuencia de la ley universal de causa y efecto; ahora debes trabajar activamente en su consolidación.

En nuestro horizonte aparece la estrella de la Belleza, que es nuestra Verdad que nos guía y nos proporciona Esperanza. Bajo su premisa establecemos una conexión con nuestro entorno que nos permita sentirnos realizados. Cultivamos amistades, metas, sueños, y poco a poco el jardín de nuestra felicidad va floreciendo. Nuestro disfrute ya no es meramente material, como ocurría en el reino del Diablo: ahora valoramos las cosas por sí mismas, valoramos la existencia, la amistad, el amor espiritual. No tenemos miedo de dar, sin cortapisas, sin restricciones, con total generosidad.

Pero si dieras con la idea de recibir, tu regalo estaría adulterado, los frutos de tu siembra serían venenosos y la vida que te estabas construyendo se pudriría. Solo si tienes un corazón puro puedes entregarte sin miedo a los demás; estos solo podrán defraudarte si tu ego aún sigue ahí, escondido en alguna parte de tu interior.

18. La Luna: la receptividad

Tu jardín es extenso y florece con una conmovedora belleza. Contemplas el fruto de tu propio esfuerzo, y ahora, por la ley causa-efecto, ha llegado la hora de recibir. Los demás alaban tu obra y quieren disfrutar de ella. Pero cuidado: no es tu obra. Tu ego te sigue mintiendo. La propiedad no existe: la obra es de quien la disfruta.

Esto nos remite al mundo de las apariencias: ¿estás seguro de que tu Yo Superior ha despertado? ¿No es en realidad el reflejo del Yo Superior que quieres alcanzar? ¿No será que te da miedo dar el último paso? Aún queda camino por recorrer; los pilares del cambio que se vislumbraban con la Muerte están ya muy cerca, ¡pero debes atravesarlos conscientemente! Es hora de ser receptivo, pero sin dejarte engañar por las ilusiones. Recuerda: la Verdad está dentro de ti, puedes intuirla. Afina tu intuición y confía en ella. Ahora estás atrapado en un sueño, pero la realidad está a tu alcance; solo tienes que despertar.

19. El Sol: la iluminación

Ya distingues la meta; te has dado cuenta de que en realidad no es que sueñes: es que tú eres parte del sueño, del sueño del niño que fuiste, que ahora te sueña a ti siendo adulto. Cuando nacemos, somos dioses, pero vamos perdiendo nuestra esencia divina a medida que crecemos. El niño es un ser puro, y esa pureza la va perdiendo al ser educado. Pero él sabe lo que necesita en todo momento, no disfraza sus deseos de monstruos horrendos que nos asustan y nos hacen pensar que nosotros mismos somos horribles por dentro. El niño SABE. Tiene mucha curiosidad, ansias de conocer el mundo en el que vive, pero conocer es distinto de saber. Al fin has encontrado tu esencia, representada por ese niño que estaba dentro de ti y que se había perdido en algún lugar de tu interior. Ahora sale a relucir y viene triunfante, a lomos de un caballo y portando un pendón, como los generales victoriosos. El pasado queda atrás y tu nueva vida se distingue de él mediante un muro en el que crecen los girasoles, que siempre miran al Sol.

Es hora de construir un nuevo mundo lleno de luz y de Verdad, donde no haya dobleces inútiles y engañosas, donde la dicha sea tan fácil de obtener como el aire al respirar, donde todos seamos niños inocentes, y esa inocencia sea la verdadera fuerza en la que se cimienta nuestra felicidad.

20. El Juicio: el despertar

Ya está. Ya has descubierto tu verdadero Yo. Ya has despertado, has vuelto a nacer, has resucitado. Y además, ahí está tu familia: tu padre y tu madre. Pero ahora no son construcciones de tu ego, son ellos de verdad, blancos y puros, ellos mismos sin ningún añadido.

Pero se ve otra familia al fondo. ¿Es vuestro reflejo? No, aquí no hay lugar a engaños: es otra familia como la tuya, pero en realidad también sois ellos, y ellos son vosotros. Todos recibís los mismos dones del ángel al mismo tiempo, todos cantáis al unísono. Entonces, aún queda una última lección que aprender.

Es el día del Juicio, el día en el que el ser humano por fin llega a una comprensión completa y definitiva de la obra divina. Y esta comprensión se obtiene con el último paso que proporciona al Yo la conciencia divina, entendiendo que todos somos iguales. Aquello que empezamos a percibir en el paso de la Templanza ahora es una realidad. Y no solo hemos trascendido lo personal, sino también lo global; empezamos a pensar en el Uno, la ilusión de la polaridad, la identificación del sujeto con su objeto.

21. El Mundo: la plenitud

Y esto ocurre finalmente en el Mundo. Eres Dios. Lo fuiste desde que naciste, pero lo habías olvidado. Ahora lo recuerdas. Eres hombre, eres mujer, eres terrenal, eres divino. eres todo al mismo tiempo, sin que quepa en ello ninguna contradicción.

Todas las personas del Juicio se han unido en un único ser humano andrógino que baila al son del Universo, donde antes estaba la Rueda de la Fortuna. No existe el tú, ni el yo; ni el ser, porque esa idea implica el no-ser. Esta es la plenitud, la conciencia divina, imposible de explicar con palabras, aunque vagamente algunas pueden reflejar lo que es: un estado de felicidad completo, una situación en la que ya no se necesita nada más ni se tiene exceso de algo, la Perfección.

El Loco ha concluido su viaje… o acaba de comenzarlo. En este estado no existe comienzo ni final. El ciclo se repite infinitamente: la energía se expresa en el Mago, que es un ser perfecto en sí mismo, pero que ha olvidado que lo es. Él de nuevo quiere emprender la obra sin ser consciente de que ya la ha completado. Pero tiene en sus manos la potencialidad infinita: si mira dentro de sí, podrá volver a ser el Mundo.

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