Supuestos y preceptos

Como todo arte, la lectura de cartas conoce muchos usos y finalidades. Yo, particularmente, uso el tarot como instrumento de autoconocimiento y a modo de técnica proyectiva para sacar a colación y tratar los temas que preocupan al consultante; es decir, el uso que le doy se circunscribe al ámbito meramente psicológico, y como tal sigo una serie de supuestos y preceptos que acotan mi actividad como lector restringiéndola a la labor propia de un psicólogo. Los supuestos proporcionan hipótesis sobre las que se cimienta todo el sistema de lectura de cartas y su viabilidad como método de autoconocimiento, mientras que los preceptos son unas reglas de actuación o código deontológico que se desprende de los supuestos y son condición sine qua non para que el presente método de lectura de cartas funcione. Todo el material que se encuentra tras este capítulo solo se puede considerar útil si se aceptan como válidos los supuestos y se siguen a rajatabla los preceptos que se explican a continuación.

Primer supuesto: principio de sincronicidad

Acuñado por Jung, el término sincronicidad hace referencia a la conexión entre dos fenómenos o situaciones que no responde a una lógica de causa-efecto, sino al significado que les damos. Por ejemplo, no hay una relación causa-efecto en las supersticiones, como romper un espejo; si justo el mismo día nos ocurre una desgracia y somos supersticiosos, diremos que ha sido el espejo roto la causa de nuestros males, pero si no somos supersticiosos, no encontraremos conexión entre ambos sucesos, sino que más bien pensaremos que es producto de la casualidad. Pero existe una diferencia entre la casualidad y la sincronicidad: si entramos en el metro y encontramos en un asiento un anillo, diremos que ha sido casualidad; pero si estamos durante todo el día buscando un anillo concreto para regalárselo a nuestra pareja, no conseguimos encontrarlo en ninguna tienda, finalmente nos rendimos, regresamos en metro a casa y nos encontramos el anillo abandonado en un asiento, diremos que ha habido sincronicidad; más aún si ese asiento fue ocupado minutos antes por nuestra pareja, que acababa de comprar el mismo anillo y pensaba regalárnoslo, pero se le perdió justo en ese lugar. Es difícil dar una definición inequívoca de la sincronicidad, pero parece ser un conjunto de casualidades que ocurren en cadena o de manera simultánea en un momento significativo para la persona o personas que se ven afectadas por ellas. Es una manera de explicar que existe la fatalidad, el destino, fuerzas externas a nosotros que inciden de forma determinante en nuestra vida. Sin embargo, cualquiera podría decir que la sincronicidad, de acuerdo con esta definición, bien podría ser producto de nuestra mente racional, que inventa una conexión basada en el significado atribuido a los sucesos implicados. La corriente más radical de esta última postura afirmaría, por ejemplo, que el tiempo en realidad no existe, y que no es más que una abstracción construida por nosotros para dar sentido a la concatenación de sucesos.

Al margen de la polémica, adoptaremos el principio de sincronicidad en los siguientes términos: la elección de las cartas del mazo por parte del consultante es indiferente, ya que, sean cuales sean, mediante un ejercicio racional de asociación simbólica, el lector podrá sacar a relucir una idea referente a algún aspecto de la vida del consultante que resulte significativo para este o estimule su asociación con otras ideas significativas. La incidencia del principio de sincronicidad se basa en que la carta o cartas elegidas junto con la interpretación del lector y la retroalimentación del consultante darán como resultado la mención de un tema a tratar o la explicación a un problema que resulte determinante en ese momento y ese lugar preciso para el consultante. Es decir, la sincronicidad no se encuentra exclusivamente en la elección de las cartas, sino también en la intuición del lector y la interpretación que el propio consultante dé a la lectura que se le proporciona, resultando todo esto en conjunto decisivamente útil para él.

La sincronicidad puede darse en distintos grados en diferentes momentos, o puede no darse en absoluto. También puede ocurrir que se dé con unos mazos y unas personas determinadas y no con otras. Lo único más o menos controlable a este respecto es la intuición del tarotista, la cual debe cultivar huyendo de complejos razonamientos y procurando sustituir estos por las ideas automáticas que se forme al relacionar los símbolos existentes en las cartas con el consultante. La asociación de ideas, en lo cual consiste el razonamiento, puede ser útil posteriormente. Pero sin las ideas de partida proporcionadas por la intuición, puede percibirse que la asociación de ideas resulta forzada; esto servirá al tarotista como indicador de la falta de sincronicidad en la lectura en curso.

Segundo supuesto: principio de adaptación a la profecía

El componente racional del ser humano le obliga a esquematizar, categorizar y ordenar sus ideas acerca de sí mismo y el mundo que le rodea para hacerlo predecible y, por ende, controlable. Nuestra supervivencia depende en gran medida de esta capacidad que al mismo tiempo nos limita y nos otorga el poder de manipular el medio ambiente a nuestro antojo, y que además nos permite vivir en sociedad. El raciocinio hace posible que podamos pensar activamente en el futuro, un concepto vital para nosotros y en función del cual adaptamos nuestras conductas y estilo de vida.

Pero en nuestro afán de vivir en un mundo de fenómenos predecibles, caemos en la trampa de sacrificar nuestro libre albedrío en favor de la ocurrencia del fenómeno predicho; es como si nos engañáramos a nosotros mismos inconscientemente, contribuyendo con ello a hacer de este un mundo más seguro y confortable por ser predecible. Un ejemplo de esto lo tenemos en la llamada “maldición de los cuartos” de la selección española de fútbol. Durante muchos años, la selección no pasó de los cuartos de final en torneos internacionales; siempre que el equipo conseguía llegar a cuartos, ocurría algo que hacía que se cumpliera la maldición: jugaba mal, sufría un arbitraje que le perjudicaba, o tenía mala suerte en algún aspecto del juego que a la postre resultaba determinante. Todo el mundo contribuía a que se cumpliera la maldición, incluso los propios jugadores, en los que esta, anímicamente, pesaba como una losa. Así pues, ellos mismos se convertían en actores con un papel clave en el cumplimiento de la profecía.

Otra explicación de este fenómeno se encuentra en la teoría de la consistencia cognitiva dentro de la Psicología Social. Según este principio, las personas intentamos mantener coherencia entre nuestras actitudes y entre estas y nuestras conductas; esa es la razón por la que normalmente tenemos las mismas ideas que nuestros amigos y las mismas aficiones que nuestra pareja. Cuando este equilibrio se rompe, ello nos produce una disonancia interna debido a la cual ponemos en funcionamiento un proceso psicológico para paliarla: si mi ideología es opuesta a la de mis amigos, o bien cambio de amigos o adapto mis ideas a las suyas; si mis aficiones son opuestas a las de mi pareja, o bien comienzo a encontrar interesantes sus aficiones, o me divorcio. Algo semejante ocurre cuando acudo a una pitonisa: si tengo fe en sus predicciones, en los días subsiguientes daré una importancia desmesurada al más mínimo indicio que apoye su veracidad y yo mismo haré lo posible por que se cumplan, aunque resulten perjudiciales para mí.

Sin embargo, esta teoría se queda coja cuando personas que no creen en las predicciones de los adivinos se ven arrastradas o influenciadas de alguna manera por ellas. En este caso, parece más factible el citado principio de adaptación a la profecía, por el cual contribuimos inconscientemente a nivel social a hacer que el mundo sea un lugar susceptible de control mediante nuestro sometimiento y ajuste a las predicciones humanas. Este principio, llevado a su máxima potencia, sería el causante de que se cumpla siempre cualquier predicción centrada en una persona. Es, por tanto, un principio que choca con el de sincronicidad: mientras que la sincronicidad apoya la existencia de una fuerza externa a nosotros capaz de influir en nuestras vidas, con la adaptación a la profecía nos adueñamos del control de dicha fuerza y la hacemos nuestra, aunque dicho control en realidad sea ilusorio.

Tercer supuesto: principio de significación arquetípica

Jung nos habla en su obra del inconsciente colectivo, afirmando que el inconsciente personal se apoya en una capa superior de contenidos psíquicos comunes a toda la humanidad. Los contenidos mentales más importantes del inconsciente colectivo son los arquetipos, considerados experiencias universales comunes a toda la humanidad a las que todos nos enfrentamos independientemente de nuestra procedencia, nuestra civilización o la época en la que nos ha tocado vivir. Jung definió algunos de los arquetipos más importantes: madre, padre, héroe, viejo sabio, etc., son esquemas que manejamos a los largo de nuestra vida, y que podemos ver reflejados en el mundo del arte y la literatura: la Virgen María como la madre, Júpiter como el padre, Supermán como el héroe, el mago Merlín como el viejo sabio; todos ellos encajan como representantes ideales de los arquetipos en que se inspiran.

Podríamos decir que la base estructural de nuestra arquitectura mental está formada por los arquetipos. Estos se encuentran tan profundamente arraigados en nuestro inconsciente, que todo nuestro mundo interior lo construimos en torno a ellos. Es prácticamente imposible definirlos con una sola palabra, dados los numerosos matices que aglutinan, de modo que podrían considerarse depositarios de un nivel de significación primigenio que estimula la aparición de significados derivados. Así pues, podemos ver cada arquetipo como un pilar de nuestro mundo mental del que parten millones de ramificaciones que se conectan entre sí.

En el tarot, se dice que cada uno de los Arcanos Mayores representa un arquetipo, y esa es la razón por la que su mera visión, cargada de símbolos, activa el estado emocional preponderante con respecto al arquetipo en cuestión. El símbolo, al igual que el arquetipo, concentra una gran cantidad de significados cuya apreciación depende de la persona que lo interpreta. Por eso, una de las mejores formas de representar un arquetipo es mediante un símbolo.

Durante una lectura de cartas, la comunicación entre el lector y el consultante se realiza con base en los arquetipos y los símbolos que los representan, desarrollándose aquella en torno a estos. El lector actúa como un canal que ofrece información acerca de la relación del consultante con los símbolos que aparecen en las cartas. Ambos, lector y consultante, colaboran para hallar el sentido más significativo de esos símbolos en relación con la experiencia vital de este último. Esto es posible porque los Arcanos atraen la atención sobre temas trascendentales a través de su conexión con los arquetipos. Podríamos decir, por tanto, que el inconsciente colectivo, a través de los arquetipos, se proyecta sobre el lector y el consultante, induciéndoles a tratar la relación del consultante con dichos arquetipos.

Cuarto supuesto: principio de proyección personal

Según este principio, nuestras cogniciones acerca del mundo están impregnadas por aspectos de nuestra propia personalidad. Dicho de otra manera, la forma en que dos personas ven el mundo es distinta debido a que cada una proyecta en él sus propios pensamientos, sentimientos y deseos. Así pues, el mundo que percibo es una construcción mental abstracta indivisible de mis características psicológicas diferenciales: una proyección de mí mismo. Un ejemplo de esto es lo que se conoce como deformación profesional: por ejemplo, el comerciante tiende a ver el mundo como cosas que pueden comprarse y venderse.

Pero donde más típicamente se observa este fenómeno es en el concepto que tenemos de las personas que conocemos: a cada una le atribuimos características propias de nosotros, incluso aquellas que no nos gustan. De hecho, una de las razones por la que hacemos esto es para paliar la angustia que sentimos al haber partes de nosotros mismos que no aceptamos: criticamos en otros lo que no nos gusta de nosotros. Jung llamó a esto “proyección de la Sombra”, siendo la Sombra un arquetipo que reúne, a nivel personal y colectivo, todos los aspectos de la personalidad que no son asumidos por nuestra consciencia por ser incompatibles con la personalidad que domina en nuestra psique.

Un claro ejemplo de proyección de personalidad se encuentra en los personajes de las novelas, que podrían considerarse reflejos de la personalidad de su autor. De la misma forma, cuando interpretamos una tirada de cartas, proyectamos en ellas y en el consultante nuestro mundo interior. Por ello, el uso del tarot implica la obtención de respuestas que proceden de nosotros mismos. Cuando alguien acude al tarot para hallar una respuesta a una cuestión que no está íntimamente ligada a él, lo que obtiene es una visión personal del tema. Si, por ejemplo, preguntamos al tarot cuál es la mejor manera de afrontar la crisis económica, la respuesta obtenida no será una verdad universal y aplicable a toda la humanidad, sino solamente a quien ha formulado la pregunta.

Al igual que ocurría con los dos primeros supuestos, los de significación arquetípica y proyección representan los extremos opuestos de un mismo continuo relacionado con nuestra percepción de libertad de elección: mientras que la significación arquetípica constituye una fuente comunal de proyecciones que dirigen y limitan nuestra forma de pensar, la proyección personal actúa en sentido contrario, imprimiendo en toda experiencia vital nuestro sello personal.

Los ejes destino-perspectiva

Como hemos dicho, los cuatro supuestos anteriores, llevados a su máxima expresión, se pueden considerar los extremos de dos continuos: el de destino, ya se perciba este como controlable o incontrolable; y el de perspectiva, ya se considere esta nomotética o idiosincrásica. Esto último se refiere a la posibilidad de que una lectura se pueda aplicar a una persona distinta del que la interpreta al operar en ambas personas los mismos arquetipos universales (perspectiva nomotética) o a la imposibilidad de que resulte viable la lectura a otra persona al verse esta impregnada de las características personales del lector, que son diferentes a las del consultante (perspectiva idiosincrásica).

En realidad, los supuestos, que aquí presentamos como enfrentados, no son excluyentes entre sí; esto solo responde a una visión dicotómica del mundo y por tanto muy limitada. Pero nos servirá para conocer las cuatro corrientes de pensamiento acerca del tarot. Si presentamos los dos continuos como ejes que se cruzan, obtendremos cuatro espacios de distintas características:

supuestos

El espacio nomotético-incontrolable (N-I) es aquel en que se encuentran las personas que creen en los horóscopos, las mancias y cualquier sistema de adivinación: consideran que el destino está escrito y que puede ser descifrado.

En cambio, el espacio idiosincrásico-controlable (I-C) es el de los escépticos: no creen en la adivinación, ya que piensan que el destino no está escrito y depende los actos del presente, y además piensan que, de estar escrito, no podría ser interpretado porque estamos psicológicamente limitados, de manera que cada persona obtendría una interpretación distinta dependiendo de sus características psíquicas.

En el espacio idiosincrásico-incontrolable (I-I) están los que creen en el destino pero también piensan que es imposible conocerlo. La creencia más típica de estas personas es que a cada cual le llega su hora, pero es imposible saber cuándo llegará. Es la postura mayoritaria entre los religiosos.

Por último, el espacio nomotético-controlable (N-C) es el de los científicos: no creen en el destino, pero sí en que existen leyes universales y podemos conocerlas siendo objetivos, a pesar de que dicha objetividad quede fuera de nuestro alcance al estar irremediablemente condicionados por nuestras características psíquicas.

En nuestro trabajo nos situaremos justo en el centro, donde se cruzan ambos ejes; es decir, aceptamos los cuatro supuestos como válidos: por un lado, existe la sincronicidad pero al mismo tiempo tendemos a adaptarnos a las predicciones para que estas se cumplan; y por otro, nos vemos influenciados por la existencia de los arquetipos en el inconsciente colectivo, pero también nosotros, alternativamente, influenciamos dicho inconsciente con nuestra visión particular del mundo. El lector deberá estar atento a las creencias del consultante, tratando de averiguar en qué espacio se sitúa para actuar en consecuencia.

Una vez que disponemos de un armazón teórico para sustentar la viabilidad del uso del tarot como método de autoconocimiento, hemos de obedecer los preceptos que se derivan de cada uno de los supuestos. Son unas reglas que impiden que en la práctica nos salgamos del marco teórico establecido y, por consiguiente, nos alejemos de nuestro objetivo principal.

Primer precepto: sincronicidad no forzada

Cualquier acto que fuerce la situación anulará la posibilidad de que opere el principio de sincronicidad. Uno de los requisitos para que actúe este principio consiste en la ausencia de causalidad. Quiere esto decir que todo lo que rodea a la lectura de cartas debe ocurrir de manera espontánea para que la sesión resulte provechosa. Esto incluye, entre otras cosas:

  • No obligar ni tratar de convencer al consultante de que se someta a la lectura de cartas; realizar lecturas solamente a aquellas personas que lo soliciten.
  • No tocar temas en los que el consultante o el lector no quieran entrar; si una de las personas así lo manifiesta, la otra tiene la obligación de respetarlo.
  • No obligarse a realizar la lectura si existe cualquier tipo de impedimento que pueda interferir en el proceso; por ejemplo, no es buena idea realizar la lectura a alguien que nos caiga mal, a una persona que tenga algún tipo de autoridad sobre nosotros o sea subordinada (un jefe, un empleado, un maestro, un alumno) o a alguien con quien de alguna manera no nos sintamos cómodos y seguros.
  • No aceptar retribución de ningún tipo (ya sea económica o en forma de regalos o favores), ya que entonces forzaremos nuestra lectura para contentar al consultante, y este puede esperar del lector unas competencias que quedan fuera de su alcance.
  • Ceñirse al objetivo del autoconocimiento; no pretender convertirse en psicólogo, médico, consejero o cualquier otro tipo de profesional. Los trastornos psicológicos y las enfermedades deben tratarlas personas preparadas para ello, así como temas legales, económicos o cualquiera de los que no tengamos conocimiento profesional.

Imaginemos el principio de sincronicidad como un momento fugaz en el que se tensa un hilo; pero este hilo es tan débil que, si se tensa solo un poco más de lo debido, se rompe. Esto es lo que ocurre cuando la situación no es natural y nos excedemos en nuestra función de guía para el autoconocimiento.

Segundo precepto: marco temporal actual

Ya hemos visto que los seres humanos tenemos una tendencia a cumplir las profecías. Por ello, durante las lecturas nos ceñiremos al momento presente y evitaremos influir en el futuro del consultante.

Muchas personas, no obstante, consultan el tarot para conocer algún aspecto de su futuro. El lector deberá reformular sus preguntas de manera que se centren en el presente, aunque puede sondear el pasado para comprender mejor el momento actual del consultante.

Tercer precepto: verdad compartida

Que todos tengamos como base los mismos arquetipos no significa que el lector esté en condiciones de poseer verdades absolutas sobre el consultante. La lectura de cartas es una colaboración entre dos personas (cuando el lector y el consultante no son la misma persona), y por tanto, si el consultante contradice al lector, este debe respetar su opinión. No se trata de convencer al otro de que la visión personal es la verdadera, sino de intentar acercarse a la verdad entre los dos.

Cuarto precepto: lectura centrada en el consultante

Según el principio de proyección, las personas imprimimos nuestras características psíquicas en todo cuanto nos rodea. Esto no es distinto durante una lectura de cartas, y por ello debe centrarse en el consultante y colaborar con él para satisfacer su consulta. Nos negaremos a atender consultas sobre terceras personas, ya que cualquier cosa que las cartas tengan que decir sobre ella provendrá de nosotros mismos, por lo cual la única información que se puede obtener está basada en la visión personal del lector y el consultante acerca de la persona sobre la que se pregunta.

Sí sería lícito, por tanto, intentar averiguar cómo se siente el consultante con respecto a otra persona.

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